sábado, 3 de octubre de 2015

DECIR DE MELANCÓLICOS.





   Santa Melancolía que nimbas esta tarde de otoño con la caricia delicada y el roce intuido de la muerte. Santa Compaña que me acompañas. Tú que cierras el paso de la luz y pintas de gris el cielo que lentamente se adormece ante mis ojos tristes, sal de una vez a la calle y enfréntate a las risas de los niños, a su mirar curioso y asombrado. Verás que no puedes con ellos, entenderás que tu reino no ha de tomar posesión de sus pupilas enormemente abiertas ante la sorpresa que ha de depararles su descubrimiento del mundo. Baja a la calle y ve bautizando de nuevo cada hallazgo, cada cosa en la que no reparaste hasta hoy mismo y, si acaso reparaste en ella, rebautízala; pues te toca inaugurar de nuevo la hermosura de los seres y cuanto te circunda.  
   Eres el arcángel de la melancolía y eres la rosa de púrpura en mis labios granas. Eres el polvo de oro que cae sobre Dánae desnuda. Eres la espada de fuego del ángel que guarda la entrada al Paraíso. Eres el desamor que marchita las rosas heladas en la niebla y eres también la ternura que se derrama sobre la soledad de los ancianos, insistente reloj que va marcando sus horas en la espera. Ayer te vi pasar ante mi puerta. Eras la esbelta joven de pantalones ajustados y tacones de infarto. "Ahí va la vida", pensaba yo a tu paso; y al instante te alejabas de mí enamorando el aire que se removía a tu encuentro. Eras los gozos de la vista y los largos cabellos de la noche estrellada, delicia de las formas allá en la curvatura de los trazos. Acaso no existieras. Acaso no fueras sino el espejismo de la melancolía. Acaso no te detuvieras un instante para regatear una sonrisa, un gesto de ternura, un saludo siquiera insinuado. 
   Santa Melancolía que me acercas al Día de Difuntos, haciéndome caer en la cuenta de cuantos me quisieron y me fueron abandonando en el camino. Santa reconstrucción de la memoria que arrasas el corazón y cedes su conquista a las derivación invasora de las lágrimas. Perdóname estas líneas. Perdóname si puedes perdonarme. Sé indulgente con quien se muestra ante ti como el vencido que ha de entregar sus armas, sus lugares amados y a sus gentes. Como el derrotado que ha de entregarse a sí mismo.

                                                                                        
                                                                        José Antonio Sáez Fernández.



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