domingo, 5 de octubre de 2025

LO QUE CUESTA VIVIR

 

 



Aunque tú no seas consciente de ello, por todo se paga un alto precio en la vida. Vivir es un desgaste que resulta muy caro. Para nuestra suerte, damos una batalla que nos deja la cicatriz de su herida y, apenas resuelta de mejor o peor manera, nos enfrentamos a otra y de esta última a la siguiente, sin dejar paso al resuello. El precio que pagamos por la supervivencia es el desgaste perpetuo, la eliminación progresiva de nuestro vitalismo energético, el propio e inevitable aniquilamiento. Somos seres en el tiempo y las células del organismo obedecen ciegamente a su cometido vital perecedero. Cuanto se renueva en él acaba por abandonarse a una suerte de decadente entrega. Somos, sí, el rastro de una lágrima que cae pendiente abajo por la mejilla y los del frío en los huesos. Somos los de la mordedura del hambre y quienes se niegan a dejarse vencer, cuando en ello radica nuestra condición; los sin techo y los sin tierra. 




Y no podemos comprar tiempo ni prolongarnos ilimitadamente en él. Tasados y medidos. Frutos perecederos que caen del árbol de la vida y se pudren sobre la tierra en barbecho y al calor del sol. “Los seres vivos -aprendiste- nacen, crecen se reproducen (si acaso) y mueren” y Darwin dejó claro que, en la lucha por la supervivencia, sobreviven las especies mejor preparadas para la adaptación a los cambios. Pero el ser humano necesita ir hacia lo permanente, aquello a que aferrarse y que constituye sus señas de identidad. Qué caro nos cuesta vivir y qué costoso el aprendizaje, resultado de una experiencia que se adquiere a base de cometer errores y sudar sangre en el esfuerzo por adquirir los conocimientos necesarios para la supervivencia. Sobrevivir no es otra cosa que dejarse la piel en el intento por salir adelante y quienes sobreviven son aquellos que mejor dotados están para adaptarse y sobrellevar o superar las dificultades. Porque la vida no es sino una carrera de obstáculos y nosotros los atletas que entrenamos a diario en la adversidad para mantenernos en pie.




Gran parte de nuestro éxito o nuestro fracaso radica en si nos empeñamos en hacerlo solos o en solidaridad con otros que nos son afines y nos fortalecen con su apoyo o su cercana presencia. Nos crecemos en los demás y en su compañía. Nos agigantamos y nos sentimos casi invencibles, aunque obviamente no lo seamos. El dolor, la enfermedad, las carencias, las emociones o los déficits de salud nos indican los límites de nuestra percepción sensorial y espiritual. Ellos nos hacen sobreponernos a la adversidad que nos circunda y atosiga, a la que necesariamente hemos de sobreponernos.

 

                                                           José Antonio Sáez Fernández.




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