viernes, 15 de agosto de 2025

EL CIRINEO.

 



Tú que vienes hacia mí renqueando, zigzagueando, vacilante por la acera, con los pies arrastrando y te conozco, pues eres mi semejante, mi hermano, mi otro yo cansado, perseguido, atormentado, aleccionado por la vida y tus semejantes. Eres la vasija rota, el puzle descompuesto al que le faltan piezas o le sobran, esas que no encajan en este mundo cruel y sin sentido. Te he tomado de más arriba del codo porque ibas a desplomarte, dando bandazos, despojado de los clavos, y te has rendido al soldado que te alanceaba o a ese otro que te dio hiel mezclada con vinagre cuando tenías sed. Y ahora vienes a mí surgido de la arena y pronuncias las palabras proféticas: ”Abba, Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

He tenido que salir al medio de la calle y parar el tráfico para pedir que se te socorra o al menos que alguien me ayude a socorrerte, porque eres el pájaro abatido, el aliento que escapa de la boca del moribundo, la cometa que cae inerte a tierra. Y los conductores no han hecho otra cosa que hacer sonar el claxon y llamarme loco, demente, desquiciado… ¡qué sé yo!, dando virajes con el volante, haciendo eses, rozando a otros autos más brillantes y costosos que deambulan por la ciudad luciéndose. Acaso nadie había notado nada en tu semblante o que las fuerzas te fallaban y te ibas a dar de bruces contra las losas de la acera o caer directamente sobre el asfalto, pobre cristo roto, carne doliente y supurante, pura llaga abierta que mana sangre y agua. 




Eres el de la quimioterapia o el aquejado de esclerosis múltiple, el desahuciado por los médicos y el que no espera nada, el trasplantado de corazón que vive cada minuto, cada segundo con la esperanza de vivir el siguiente. Y eres el diagnosticado de esquizofrenia que a diario debe levantarse, tiene que alzarse sobre la ruina de su mente alucinada para empezar de nuevo, para emprender la huida hacia sí mismo, pues no encuentra salida. Eres el rechazado, el marginado y el amordazado que no tiene quien le escuche y yo estoy pidiendo auxilio por ti y para ti, para que alguno de entre los hombres se compadezca, descienda hasta ti y te ayude a llevar tu cruz, ah misericordioso. Yo, el cirineo.

 

                                                       José Antonio Sáez Fernández.




domingo, 10 de agosto de 2025

NEGAR LA TRASCENDENCIA

 



Por mucho que la niegues, no podrás escapar de ella. Por mucho que tu razón se obstine en rechazarla, no lo conseguirás. Tú que pretendes ir más allá de las entrañas y el vómito humano, no lo lograrás, porque te obcecas e insistes en ir al centro de la condición humana y si desciendes hasta el foso de tu infierno te encontrarás con ella. Es la trascendencia, el sentido último de nuestra existencia, la última puerta que se abre ante los hijos del barro, emparentados con las otras fieras con las que compartimos tiempo y espacio. 




Esa dimensión espiritual está ahí, aunque no la tocas ni te dejas caer en ella, te topas contra su realidad invisible y caes de bruces desde el caballo cegado por su incuestionable presencia. No importa que la niegues tres veces o treinta y tres veces: serás vencido por su contundencia y tu intuición, tu sexto sentido te avisará cuando se presente ante ti, buceador en la conciencia, topillo ciego de galerías insondables, lombriz crepuscular de la tierra mojada, termita husmeadora que rumias la esencia de los maderos de tu propia cruz. 




Caerás de bruces contra su evidencia, tú el orgulloso, el soberbio, el que no sabe ni ha aprendido nada, el que se obstina y obceca en lo innegable, el que no ha aprendido hablar la lengua de su estirpe ni la entiende, el que no sabe hablar ni se hace inteligible para sus estupefactos y atónitos semejantes. La más pobre y desvalida de todas las criaturas que se mueven bajo el sol y bebe de las aguas de los ríos sorbiéndola de las cuencas de sus manos, el que come de los frutos de la tierra y, en la noche, cae rendido por el sueño, vencido por el cansancio. El que ama sin atrapar el alma del otro o de la otra y siendo uno, es un extraño para sí y sus semejantes. El transeúnte, el que va de paso, la especie nómada e itinerante.

 

                                                    José Antonio Sáez Fernández.