miércoles, 12 de junio de 2024

TABOR

 


 




Ve que soy el transfigurado. He subido a la montaña deslumbrado por la luz, hiriendo mis pies con las piedras que me salen al paso, pues mi interés está en subir hasta la cumbre que anda envuelta en nubes, cercada por ellas, como si quisieran posarse sobre su inalcanzable refugio. A pesar de todo, no ignoro que la cumbre no está ubicada allí arriba para que vengan a instalarse en ella simples mortales como yo, ni tampoco las aves más ligeras capaces de ascender aprovechando las corrientes de aire con sus alas desplegadas, ni siquiera el aire mismo que es allí tan liviano como una caricia, o el azul limpísimo que deja los cielos en pura claridad y transparencia… Acaso sólo a la nieve le esté permitido derramarse y expandirse por doquier, porque ella es el maná que baja del cielo y desciende con la gracia del beso sobre los perfumados cabellos de la adolescente enamorada. No, cuando consiga ascender hasta ella no instalaré mi tienda, porque es lugar sagrado, sino que descalzaré mis pies de sus sandalias y me inclinaré, rodilla en tierra, para que los rayos del sol desciendan sobre mi cabeza y acierten a iluminar mi entendimiento. Por si acaso logró ver y entender aquello que tanto confunde a los mortales y consigo bajar después, henchido del amor que me haya sido conferido, para mostrar mi rostro, mis ojos y mis manos, atravesados por la luz, a mis hermanos.

 

                                                José Antonio Sáez Fernández.




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