lunes, 10 de septiembre de 2018

MEJOR IGNORARLO.


(Fotografías de Eladio Begega)


   Desandar lo andado. Regresar sobre los pasos que fuimos dejando atrás. Recuperar lo perdido. Volver a nacer de nuevo. Revivir o resucitar. Aspiraciones imposibles y eternas de los seres humanos que encontramos consuelo en ellas ante la debacle que es la vida y su desenlace final. Cierto que nos es posible evocar el pasado y recuperar lo vivido a través del recurso a la memoria, aunque el paso del tiempo es cruel e irreversible, implacable y sentencioso. También la desmemoria, la demencia senil o el altheimer son enfermedades que atenazan esa magnífica máquina de procesar que es el cerebro, donde se atesora la memoria. Al cabo, sólo la memoria de lo que fuimos nos va quedando y, a poco, ni siquiera eso.  Rebobinar la película de nuestra vida para nacer de nuevo, aun sabiendo las calamidades y sufrimientos a los que la existencia humana se ve sometida en su desarrollo y en su peregrinaje. Nada sucede gratuitamente. Por todo pagamos un precio y en la senda de vivir, esa deuda lleva consigo algunos placeres y muchos sufrimientos. Por todo hemos de pagar un estipendio a cambio de un menguado salario. 



   No, no es posible desvivirse en el sentido literal del término, pues no podemos renunciar, realmente y aunque queramos, a las experiencias que hemos vivido. No está en nuestras posibilidades. Somos, pues, lo que hemos vivido y sobre nuestras cenizas se cernirá el olvido con el paso de los años. Es un noble anhelo humano aspirar a que alguien nos recuerde por algo, de manera que no desaparezcamos del todo de la memoria de nuestros semejantes. Pero, al fin y al cabo, qué más da si se cierne el olvido sobre una tumba que también llegará a desaparecer. ¿Qué será de nuestros humildes huesos, amarillentos huesos pelados, mondos y lirondos, en posición extendida o posición fetal? ¿Vendrán, quizá, sesudos arqueólogos a levantar hipótesis sobre nuestra pobre vida, nuestra decrépita sociedad y la locura que se apoderó de aquellos grupos humanos antes que el lugar que habitamos fuera abandonado por la especie a que pertenecemos?



   No tiene sentido nacer para morir y esa es condición sustancial de los seres vivos, que nacen, crecen se reproducen y mueren. La muerte es absurda y es por eso que ante ella enmudecemos. No encontramos palabras para definir su sentido, porque acaso no lo tiene en sí misma. Los seres vivos fueron creados para la vida y a ella están llamados. Así parecería lo correcto si no existiera el dolor y todo nuestro organismo no tuviese fecha de caducidad. Aquello que llamamos "el tiempo" o "el paso del tiempo" puede que no sea más que la sensación que produce en nosotros el sucederse de los días y las noches, de la luz y la oscuridad, de la salud y la enfermedad, de las estaciones y los acontecimientos. En estas condiciones de deterioro, no cabe otra que esperar con alivio la muerte, pues de lo contrario no hallaríamos la paz ni el descanso a tantos males como nos atenazan. ¿Acaso pediríamos la muerte a gritos o enloqueceríamos de no alcanzarla?

   La única conclusión posible es que la vida es un don precioso, una oportunidad que se nos brinda y lo único de que disponemos. Aprovecharla o no es cuestión de voluntad y del azar propicio. Somos pura fragilidad. Humo que va en el viento.


                                                              José Antonio Sáez Fernández.


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