viernes, 17 de julio de 2015

SENTADOS A LA MESA.




¿A qué mesa invita y a quienes convoca el poeta Víctor Jiménez (Sevilla, 1957) en su último libro de versos, publicado por editorial Renacimiento? Nos dice que la mesa italiana es aquella ante la que director y actores se sientan para realizar una lectura conjunta del guion de una obra, como también explica Juan Lamillar en el prólogo. Pero yo entiendo que, aquí, el título del libro La mesa italiana (2015) trasciende a un sentido metafórico, amplía su significación, la redimensiona; pues el poeta convoca o trae a la memoria a los seres que han iluminado su vida, que han trascendido en su existencia. Busca un escenario para ubicarlos o cobijarlos en el mundo de los sueños, que son los títulos cinematográficos de sus poemas, los remedos cinematográficos y literarios de los títulos de sus textos. Pero creo que esos títulos son sólo una referencia, un decorado, una ambientación sin más trascendencia que la relación invisible con el contenido de los mismos, con aquellos con que el poeta ha tenido a bien vincularlos.

Estamos ante textos de considerable extensión, en general, donde el endecasílabo, el heptasílabo y el alejandrino se combinan a placer, explicitando un gran adiestramiento en el ejercicio de la escritura poética. Maestría formal y sentido del ritmo en sonetos de perfecta factura, como el que da título al libro y lo inicia: "He aquí, por fin, sentados los actores/ contigo alrededor de la gran mesa./ Todos con su papel en alma impresa./ Presentes todos aunque los valores,/ los atiendas sin más o los ignores" (p. 13). Vemos pasar al niño, al joven y a sus primeros amores, al hombre en sus conquistas y desencantos. Especial relevancia adquiere el tema del amor, así como la presencia del padre fallecido y la madre enferma, los trenes y los puentes. En mucho estamos ante una poesía que no deja de ser urbana y de hábitos urbanos, si bien se ubica insistentemente en los ámbitos del intimismo, el desencanto y la melancolía causados por el desamor, la pérdida de los seres queridos, el desencanto o la rutina diaria, la consciencia del paso implacable del tiempo y de lo perdido. Una poesía, a menudo, narratológica, que necesita expandirse y contar para desahogarse, que recurre a la memoria como a un ámbito de salvación personal a través de la recuperación de lo ya ido. Desde el presente, que no se niega, hasta la infancia y la juventud perdidas, el poeta en la madurez vital precisa hacer balance de emociones, pues sólo a través de las emociones puede justificarse una vida. Somos las sucesivas personas que hemos sido hasta llegar a ser conscientes del presente en que finalmente nos ubicamos. Pero no podemos de dejar de mirar con melancolía cuanto dejamos irremediablemente en el camino.


Ante el poema final: "Pregúntale al viento" (pp. 89-90), el poeta coloca una cita de Bécquer en la que se dice: "Me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y cuáles me han sucedido". En este texto confiesa a su interlocutor lo siguiente: "Me preguntas, amigo, de quien hablo./ Si no son otros los protagonistas/ que pasan, como sombras, por las páginas./ Y no sé qué decirte... porque, a veces,/ tampoco sé quién soy ni quién he sido./ Ni siquiera si todos existieron (...)". Poner los recuerdos y las emociones encima de la mesa es ejercicio saludable para el alma que entra en la madurez. Y así lo ha hecho Víctor Jiménez, en la senda de tradición de la mejor y más noble poesía andaluza.


                            José Antonio Sáez Fernández.


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