domingo, 29 de junio de 2025

EL REGRESO

 

Eladio Begega

 

Cuando hubo crecido la hierba a la altura de sus rodillas, regresó al lugar donde viera la luz primera para morir allí, según había previsto. Toda vida es un ciclo y la suya pretendía cerrar ese círculo. Cuando llegó a la vieja casa, lo primero que hizo fue abrir las ventanas para que entrara el aire en las estancias y se ventilasen. Una pátina de polvo se cernía sobre los viejos muebles y los objetos, como si toda la vivienda hubiese sido estancia de ausencias, únicamente habitada por una desolación de décadas transcurridas infructuosamente. ¿Qué espectros hubieron de haberla poblado hasta su llegada? ¿Qué fantasmas de la memoria iban con él donde quiera que se desplazara, formando parte de su ser mismo o acompañándolo de forma obsesiva, imposibles de negar o rechazar? Un hombre es su pasado, ¿Qué somos si no eso y al presente, pues no hay futuro para quien entiende que no ha de tenerlo?


Eladio Begega


Al salir de nuevo a la calle para que le diera el aire y dejar de respirar ese olor a cerrado que le sugería el mismo olor de la muerte, comprendió que nada era lo que fue ni lo sería nunca, que todo había cambiado a su alrededor, que las personas con que se cruzaban no eran las mismas, si es que no había fallecido para entonces; que las casas, las calles, sólo mantenían el trazado que se les dispuso y venían a dar a plazas donde el bullicio de las gentes discurría entre extraños a los que era ajeno en su devenir ensimismado, aunque muchos eran los que le miraban con el recelo con que se mira a un desconocido. Lo vigilaban de reojo las madres tomando de la mano a sus hijos celosamente, cruzaban los mozos y aprendices con sus recados en las manos a toda velocidad, advertidos de su tardanza ferozmente por sus patronos, lucían las muchachas las galas de sus vestidos y reían burlonas de los galanes que no se atrevían a cortejarlas, seduciéndolos con sus atrevidas poses y requiebros que no pasaban inadvertidos.


Eladio Begega


El caminante anduvo paseando hasta el cementerio de la villa y allí se dio en comprobar que el nicho que había adquirido estaba dispuesto para acoger un día no lejano sus restos que habrían de ser transportados en el furgón de la funeraria local. ¿Quién asistiría a su entierro, si carecía de familiares directos que lo hubiesen adecentado y asistido en sus últimos días? Para facilitar esos ingratos trámites contrataría seguramente un ama de llaves que se fuera haciendo a la casa, a él y a sus últimas voluntades. Unos cuidados que habría de recompensar espléndidamente.

Cuando regresaba al pueblo sobre sus pasos notó en sus huesos el cansancio que se adueñaba de él. No obstante, pudo apercibirse de que una anciana enlutada, con pañuelo sobre la cabeza y amarradas sus puntas bajo la barbilla, le seguía a un medio centenar de metros. Hizo ademán de detenerse y se detuvo ella. Prosiguió su camino y lo reinició ella. Fue entonces cuando se volvió y se dirigió a tan enigmática figura. Fue entonces cuando ella permaneció impasible e incólume en su lugar.


Eladio Begega

-      - ¿Por qué me sigue? –le preguntó él.

-   -¿Acaso no me reconoces? –le respondió ella-. Soy el espectro de tus antepasados que vivieron y murieron en esta tierra. Pero tú decidiste alejarte de ella un día y regresas ahora para morir aquí. Abominaste de mí, renunciaste a los tuyos, maldijiste el día y la hora en que tus padres te hicieron nacer en este solar de tus mayores. Arrepentido, vuelves a mí como quien espera el perdón a tantos errores cometidos que jalonaron su vida de dolor. Aquí hallarás la paz y el reposo que buscas entre el recelo de tus vecinos y la soledad que te acompaña. Plantaremos un ciprés frente a tu tumba, tú lo estercolarás con tu podredumbre y lo harás crecer mirando siempre al cielo. A él vendrán los pájaros en los atardeceres y poblarán su tupido interior de una inusitada algarabía. Y entonces puede que te sientas reconfortado de haber servido para dar cobijo a alguien que se situara bajo tu sombra en los días ardientes del verano. Y el invierno escucharás el ulular el viento que doblará tus ramas con su insistente empuje. Este es un lugar para la soledad y para dar reposo a tus malhadados huesos.

-     - Ya estoy preparado para recibir mi última morada. Sé tú quien me guíe hacia ella, pues me dispongo a adentrarme en su habitáculo, hecho a mi medida.

-      - Sea, pues –dijo el espectro-. Descansa. Reposa tu cabeza sobre este lado. Duerme.

 

                                               José Antonio Sáez Fernández.

                                                       29 de junio de 2025.