sábado, 4 de julio de 2015

MANOS ENLAZADAS.


(John Williams Waterhouse: "Eco y Narciso", 1903)



Extiende su brazo y deja caer su mano lánguida en el aire, con los dedos como pétalos de una rosa mustia bajo el sol del verano. Beso su brazo y beso su mano, y recojo del aire sus dedos para besarlos, uno tras otro y otro tras uno. El brazo desnudo invita al beso y sus trazos horizontales invitan a ser prolongados por la mirada, siempre buscando horizontes inexplorados, perspectivas únicas e indivisibles que llegan hasta allí donde no alcanzan los ojos. La mirada acaricia formas, circunda curvaturas que aprecia el sentido, asume delicadamente la turgencia y viene a derrumbarse en el acabamiento que supone despertar a lo real tangible. Porque la imaginación es más intensa que el sentido y despierta vivas sensaciones en nuestra mente, que los sentidos no podrían igualar. Tomo tu mano y la llevo a mi mejilla para sentir su caricia, la dirijo luego a mi boca para posar, repetidamente, mis labios en ella. Nada tan importante como las manos para mostrar nuestra necesidad de afecto, nuestra orfandad, nuestro desvalimiento... Nada como las manos para aliviar la fragilidad humana y sostenernos como la caña dúctil, pero que no se doblega ante el viento. Así tú y yo ante la adversidad. Si caminas de mi mano o voy yo asido de tu brazo, formamos un sólido bastión capaz de hacer frente a la crueldad del mundo. Si acoges mis manos entre tus manos, un consistente nudo formamos enlazados. El frío de tus dedos, al calor de los míos. Me ofrecerás un día las cuencas de tus manos y yo acudiré a ellas para saciar mi sed. Beberé de la fuente de tus manos el agua que ha de darme la vida.
Caminamos bajo las estrellas aquella noche de lucha llena. La luz se reflejaba en las plácidas aguas que se entregan con veneración a la playa donde los amantes contemplan en silencio los puntos luminosos que titilan en el firmamento. Sus pies desnudos juegan perezosamente con la arena, mientras las olas lamen dulcemente sus plantas como un perrillo. En la noche de san Juan, consumieron las hogueras al hombre viejo y los malos augurios fueron reducidos a cenizas. Todo está por estrenar y en los corazones juveniles arde la llama del deseo intacta.

                                                       
                                                                       José Antonio Sáez Fernández.



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