viernes, 10 de julio de 2015

BAÑISTAS.


(Ilustración de Tamara de Lempicka)



   Un cuerpo juvenil, extendido sobre la arena de la playa, invoca la resurrección de la carne o puede que sea el triunfo de la materia renovada sobre lo decadente y lo caduco. Interminables miembros que perezosamente languidecen con natural elegancia y se ofrecen a la mirada que los retiene con escondido asombro. Piernas que se deslizan en el agua como estilizadas colas de sirenas disfrutando en el baño, burlando las olas con premeditada destreza y gentil diligencia. Brazos como aletas del pez más ligero y adiestrado entre las aguas claras del mar que lo acoge, lo refugia y lo envuelve con displicente ademán. Cabellos que se disipan en la brisa y ondean sugerentes como en el "Libro de las banderas de los campeones", peinados sólo por el viento.
   Podrías trazar la línea de una cadera, su mórbida cadencia, y continuar así la curvada superficie de los cuerpos semidesnudos, ofreciéndose al sol como en una ofrenda que escandaliza a los mismos dioses que los moldearon. La perfección del trazo, la turgencia, la seda de los muslos, su vigor de labradas y marmóreas columnas: ¡Oh pies descalzos, oh tobillos, oh talones, oh dedos y uñas pintadas de vivos colores que sólo las arenas acarician y las olas de la playa besan con veneración! ¡Oh pulseras que circundan las gráciles muñecas, pendientes que adornan las orejas, vivo collar que rodea la blanca nuca perfumada! Naufragan los ojos en la despejada espalda, ligeramente ondulada en el vértigo descendente hacia las caderas. La cintura es oasis donde vienen a reparar los ojos en su peregrinar de agua y arena. ¿Qué te conjura aquí? Acaso fuera el azar que alguna vez soñaste en accediendo a una isla. Acaso el camino de las hormigas o la larga hilera de los insectos que caminaban en procesión y severa disciplina. Acaso el contenido del corazón, su locura o el brioso corcel de los sentidos relinchando. Sólo conoces lo que te fue dado y, de aquel instante, atesoras los dedos de la muchacha que intentaba domeñar sus cabellos; su alma que iba en la risa que escapaba de sus labios y su boca como un ebrio cascabel altisonante. Era la voz y la vida que estallaba por todos los poros de su cuerpo esculpido, mientras tú te adentrabas, nadador solitario, en el azul de las plácidas aguas.


                                                                             José Antonio Sáez Fernández.



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