miércoles, 29 de abril de 2015

DEL LIBRO DE LOS PROVERBIOS (VI).





26.

El escriba sentado. Ese hombre semidesnudo, de evidentes rasgos egipcios, me habla desde la autoridad que le otorgan sus tres mil años de antigüedad. Y me dice que escribir es un saber mágico y milagroso. Que el escriba es un hombre respetado en la corte y que la escritura tiene ambiciones de eternidad, pues permanece como él, inalterable, a lo largo del tiempo. A su lado quisiera estar sentado, pero lo contemplo de pie.



27.

La música te transporta. El sonido te eleva hasta hacerte semejante al pájaro. La música te abre las alas y las bate en el aire. Sus notas extraen lo mejor de ti y te resultan reveladoras. Mira que la música te roza y te empuja a caminar en el vacío. Ya tienes los pies ligeros y puedes andar sobre las aguas. Eres la vela y el mástil y el mascarón de proa. Eres la indeleble melancolía de los violines. Eres la sublime tristeza del Apocalipsis. Eres la perla y la lágrima: la perla oculta en la cuenca de la mano y la lágrima que compite con ella, esa del corazón lastimado por el desamor.



28.

Se me han ido los pájaros que me nacían de los dedos. Ya no siento el roce de sus alas en la piel de mi cara, abanicándome.Yo ya no soy de los pájaros, ni son míos los pájaros. Este lugar es el manicomio de los pájaros que anuncian su orfandad y es mi más irreparable desesperación, mi más absoluto desamparo, mi más íntima muerte. Es el corazón de las ausencias y el apeadero desierto por donde deambulan tan solo los espectros nocturnos que me rondan.



29.

Hiéreme con el roce de un vilano. Atraviesa mi alma con el plumoncillo de un pichón que apenas si ha abierto sus ojos a la luz del mundo. Deja que pase el aire a mis pulmones y que sea como la amenaza de una espada en alto. Mira esa mota de polvo que me desgarra la piel expuesta a los rayos de este inclemente sol en llamas. Adentra tu lanzada de luz en mi interior y déjame seriamente lastimado, pues convengo en que todo hiere al ser diáfano.



30.

El que dice tener el pecho de amor muy lastimado. El que hunde sus manos en el agua como si se las sajaran. El que abandona sus ojos en la superficie para que floten a la deriva de las olas. El que lanza al aire los suspiros hasta conmoverlo. El que enternece a las flores con un vals en la víspera, cuando la luz se muere en sus pupilas. El que se desangra con sólo presentir que su espíritu está convaleciente por todo el desamor del mundo. Ese que va y se va. Ese ser que no soy.


                                                                        José Antonio Sáez Fernández.




lunes, 27 de abril de 2015

DEL LIBRO DE LOS PROVERBIOS (V).





21.

¿Por qué nos equivocamos tanto y tan irremediablemente en la vida? Decimos que alguien tiene suerte o que no tiene suerte. Decimos que alguien se lo tenía merecido, o que se lo merece, y que aquel otro se lo ha buscado. ¡Pero hay tantos seres inocentes que ni se lo han buscado ni se lo tenían merecido! ¿Por qué nos marcan tanto nuestros errores, de manera que podemos ser rehenes suyos durante el resto de nuestra vida?



22.

El azar es caprichoso. Jugamos un juego en el que ni siquiera somos conscientes de que tomamos parte. Echamos tantas veces los dados sobre la mesa sin saber lo que nos jugamos. La rueda de la fortuna reparte antojadizamente males y bendiciones sin reparar frecuentemente en quién o en cómo. En cierto modo, somos víctimas del azar y de las circunstancias y ellas deciden buena parte de nuestro ser y estar en el mundo.



23.

Se subió al tren a tiempo. Pasó el tren por su puerta y no lo tomó. Se quedó para siempre en la estación viendo pasar los trenes que partían y se llevaban a otros semejantes a él en busca de una vida distinta a aquella que por nacimiento le había sido asignada. No tomó la decisión acertada o fue cobarde. Prefirió un lento acabamiento al oscuro e incierto azar. Lo conocido a lo desconocido.



24.

Un lobo aúlla. Un coyote aúlla. Un perro ladra a la luna reflejada en el agua. Un hombre llora desconsoladamente su oscura condición de ser sufriente. Un hombre gime en la noche, mientras el lobo y el coyote aúllan, o el perro ladra a la luna reflejada en el agua. Un hombre llora en silencio su soledad, su dolor, su condición mortal, con el amargo sabor del vinagre en la boca.



25.

Un hombre es una nana, una canción de cuna. Una antigua canción que habla de un barco que se fue a pique. Un rompeolas donde viene a morir la espuma, empujada por las olas con empecinamiento. Este hombre de quien yo hablo es un escalofrío, un tiritar apenas, un chasquido de dientes, una continua despedida en un andén interminable, ante el cual circulan trenes que no conducen a ninguna parte. Un estertor. Un sueño inacabable.



                                                                            José Antonio Sáez Fernández.






sábado, 25 de abril de 2015

DEL LIBRO DE LOS PROVERBIOS (IV).






16.

Buscas una débil llama que justifique tu existencia, el diminuto instante de luz que te salve. Y te aferras a la escritura para que ella haga perdurar tu memoria o la rescate algún día del olvido. Seguramente, nada sólido alcanzarás en tu empeño. ¿Acaso piensas que la memoria es más fuerte que el olvido y sería vida de tu vida? Pero la memoria es frágil y el olvido la acosa. Sólo el corazón proclama la verdad de estar vivo.



17.

Ay, caminos…¡Cuántos has recorrido para llegar al mismo punto de salida en que los iniciaste! La existencia es cíclica y el peregrino no hace más que dar rodeos, giros sobre sí mismo para encontrar la armonía que le devuelva al centro de la diana.



18.

¿Qué has aprendido en tan largo peregrinar? Emprendiste un día un viaje iniciático, dejaste tu casa y la casa de tus padres, tu tierra y sus huertas de frutos madurados al sol. Y tras largo vagar por las penalidades, regresaste a ellos como el hijo pródigo ansioso por partir.



19.

No se aprende sino del dolor y de la derrota, del fracaso y del error. Poco aprende el triunfador de su victoria, embebido como está en la vanidad de su triunfo. Pero toda victoria implica también derrota, y a veces injusticia y sometimiento. Quien vence debe estar dispuesto a ser vencido y, cuando llegue el momento, será demasiado amargo el sabor de su derrota.



20.

Se benigno contigo. Sé misericordioso y sabe otorgarte indulgencia, el perdón que otros, quizá, te niegan. Erraste mil veces, ¿y qué? ¿Acaso no estás hecho de materia caduca y efímera? Quien no tiene misericordia para consigo mismo y sus errores, difícilmente podrá tenerla para con sus semejantes. Y nada hay más grandioso para el hombre que perdonar a su hermano.


                                                                                            José Antonio Sáez Fernández.






jueves, 23 de abril de 2015

DEL LIBRO DE LOS PROVERBIOS (III).





11

Vacíese de sí mismo y de su sabiduría el sabio y estará en disposición de aprender lo esencial humano; y haga uso del vacío de su inteligencia el inteligente para que, en no sabiendo de nada, consiga iniciarse en el aprendizaje y entender algo por que pueda conducirse en la dirección acertada.



12

¿Dónde está la verdad? No has de irte muy lejos para hallar la verdad, pues se encuentra en ti mismo. A la verdad se accede por el conocimiento y tú posees las capacidades y potencias necesarias para adentrarte en él. Una vida dedicada al cultivo del conocimiento no es una vida en balde. Es una existencia plena, aun cuando no halles las respuestas que tan ardientemente buscas.



13

No hay posibilidad de hallazgo sino a través del esfuerzo perseverante y de la humildad. La humildad no es virtud de corderos, como la mansedumbre, sino de hombres que saben que sólo con su inteligencia, su voluntad y su esfuerzo, desasidos de toda vanidad y soberbia, podrán acceder a la luz a la que todos los seres humanos estamos convocados.



14

El hombre es un ser espiritual. La dimensión humana de la espiritualidad es múltiple y diversa, no unívoca. Paradójicamente, bien pudiera ser divergente, para al final tornarse en convergente. La creatividad, el cultivo del conocimiento, la solidaridad, la cultura, la ecología y la cosmogonía son formas de espiritualidad no excluyentes. La espiritualidad forma parte de la condición humana y es irrenunciable. Reivindiquemos la dimensión espiritual del hombre, tantas veces menospreciada, confundida, coaccionada y sometida a vituperio.



15

No temas a la muerte porque es una liberación. Los hombres no estamos hechos para perdurar. Nuestras células acusan su desgaste y tienen fecha de caducidad. Llegado el momento en que no sea posible su renovación, sabe que has de entregar las llaves de tu alcázar y que te espera el reposo del guerrero. Te mereces ese descanso como premio al desgaste de vivir. Que el tránsito te sea leve.


                                                              José Antonio Sáez Fernández.




miércoles, 22 de abril de 2015

DEL LIBRO DE LOS PROVERBIOS (II).






6

¿Oyes los latidos de mi corazón, esclarecido arcángel que me rodeas con los brazos hercúleos que me sostienen? Da aire a tus alas extendidas, bátelas como el águila majestuosa que, soberbia, remonta su vuelo sobre cárcavas y alcores oteando su presa. Ven y dime al oído si soy yo aquella a quien prefieres de entre todas las que te buscan perfumando su cuerpo con los aromas traídos por las caravanas que llegan del oriente. Dime si andas tras mis pasos, tal y como el neblí que, aferrado al puño duro en que posa sus garras, impulsado en el aire, se remonta al cielo e inicia la caza de amor, que es de altanería. Confíame, en secreto, si eres tú para mí o si soy yo para ti, pues los dos somos uno en el férreo espacio en que me anudan tus brazos. Ah, tus labios de frutas...


7

Pon todo tu corazón y toda tu alma en lo que haces. Pon todo tu amor en cuanto te ocupa. Créetelo y harás brotar, como Moisés, agua de la roca. Y en tus ojos, y en los de tus semejantes, verás brillar una atisbo de luz indescriptible.



8

Pon una chispa de magia en tu vida. Da alas a tus sueños. Deja que la felicidad penetre en tu ser, al menos por un instante. Convéncete de que eres un ser privilegiado. Respira profundamente. Deja que tu pecho se esponje, inundándolo de aire. Cierra los ojos y desea fervientemente algo a lo que verdaderamente aspiras. Mírate a ti mismo. ¡Eres, en esencia, un bienaventurado!



9

De la sana curiosidad nace el anhelo en el saber: aquella que busca dar respuesta a los interrogantes que plantea el devenir humano. Del no conformarse con la evidencia y buscar en las raíces las causas últimas de cuanto acontece. A las respuestas debes llegar tú en soledad, aunque algunos de tus semejantes puedan acompañarte en el camino. Toda respuesta es un hallazgo y la satisfacción de haber alcanzado la verdad no tiene logro equiparable.



10

“Si volviera a vivir mi vida –dicen algunas gentes-, no incurriría en los mismos errores que cometí”. El sabio es consciente de que ha vivido la única vida que le era posible. Y de que, si erró, fue sólo en cuestiones no esenciales derivadas del azar y no de su libre albedrío. No obstante, es posible que la vida no nos proporcione tantas certezas como demandamos de ella y que sea cada cual quien deba decidir si fue mayor el número de sus aciertos que el de sus errores.



                                                                 José Antonio Sáez Fernández.






domingo, 19 de abril de 2015

DEL LIBRO DE LOS PROVERBIOS (I).





1.

Amas la lluvia, dices, porque te invita a reflexionar desde la melancolía que encoje el corazón. Amas la lluvia, pero no oyes los lamentos ni los gemidos de los corazones huérfanos que lloran ante tu puerta. Eso es que aún no has llorado lo suficiente y que te queda todavía por acumular una mayor experiencia del dolor. Quizás no quisiste aprender la última lección que te procuró la vida o, acaso, no haya sido ésta, contigo, lo suficientemente rigurosa. Y habrá de serlo, créeme.



2. 

Si la vida es benigna contigo, compadécete de aquel con quien no lo sea. Desciende a su infortunio y ofrécele tu mano porque a no tardar, quizá mañana mismo, vengas a dar tú con el lugar en que yacía aquél a quien te dignaste socorrer.



3. 

Me puse de rodillas ante tu presencia y, con los pies descalzos, postrado ante ti con toda la humildad de que fui capaz, te imploré que pusieses en mi lengua las palabras exactas para aliviar los dolores que embargan el corazón de mis semejantes, así como para iluminar sus mentes. Y no porque me considerase digno de ello, sino porque estimé que cumplía así con una íntima llamada. Tal vez tú te dignaste a que, a través de mi escritura, esas palabras me fuesen alumbradas. Será por eso que escribo con este temblor y esta consciencia de mi insignificancia.



4. 

Si en la víspera miras al cielo y ves pasar gaviotas e, incluso, escuchas sus graznidos; atenderás a la tersura de sus alas, dos trazos de cal agitándose en el límpido azul que ya declina. Como ellas y con ellas, la vida pasa; pues las ves alejarse y los ojos, como el corazón, no pueden retenerlas. Ellas se beben el mar lanzándose en picado sobre la superficie de las olas y tú anchamente respiras, como el cetáceo, en la orfandad del nocturno duelo que albergas en tu pecho.



5. 

Si cae la oscuridad sobre ti, no te confunda. Mira que tras la tempestad viene la calma y tras la noche oscura llega el alba. La noche y la tempestad ponen a prueba tu valor y tu perseverancia. La calma y la luz del alba serán tus recompensas. Al clarear el día verás con inusitado vigor las cosas y habrás accedido a una gran bonanza interior. Confía en ti y en tus propias fuerzas para escalar la atalaya de ti mismo. Esa es tu mayor ascensión, tu más grande conquista, y es tarea que puede ocupar toda una vida.




                                                                      José Antonio Sáez Fernández.




sábado, 18 de abril de 2015

NO REVELA SU NOMBRE.






Una tierra sin historia o a la que le negaron su historia.
Una tierra sobre la que cayó la larga noche de los tiempos
y se prolongó inmisericorde hasta rayar el alba iluminada.
Una tierra cuyos hijos no supieron más que de emigración y exilios.
Una tierra de gentes acogedoras que compartieron su pobreza.
Una tierra de hombres nobles y dignos, inocentes en su condena.
Una tierra donde no se pone el sol y el mar nunca declina.
Una tierra donde la luz es un estigma que encandila los ojos.
Una tierra donde el sudor riega las dunas y alfombra el desierto.
Una tierra que da frutos minerales extraídos de la arena.
Una tierra que sabe demasiado de maletas abultadas
y de gentes que cargan con ellas, como con un madero,
por los trenes del mundo, en todas las estaciones de la noche.
Una tierra cuyos hombres protegen su cabeza y visten trajes de pana.
Una tierra de cartas enviadas con burdos trazos de letra temblorosa
y mujeres de luto que las leen con lágrimas en los ojos,
sus rostros agrietados y sus manos ajadas, su piel de barro,
heridas por el sol, el trabajo inclemente y la pobreza.
Una tierra que es un nicho encalado, un muro encalado, una casa encalada.
Una tierra o un racimo de uvas, o un puerto de mar, o una fortaleza.
Una tierra que no es para aferrarse a ella con las garras del tigre,
a pesar de que quienes allí habitan lo vengan repitiendo desde su origen
como sísifos condenados a dejar rodar la piedra y volver a empujarla.
Una tierra a la que se ama desesperadamente en su desamparo
y se lucha por ella al logro de unos dátiles, o si no, se abandona a su suerte.
Una tierra o una mesa sobriamente abastecida que a nadie niega sus viandas
y una casa donde se viene a servir y no a ser servido.
Una tierra que es una llama o una antorcha, dispuesta a acoger en su seno
a cuantos quieren abrazarse a ella, revolcarse enloquecidamente en ella,
besar su piel rugosa y agrietada, alentar por su boca exhausta
bajo un sol que calcina el aire y extenúa el vuelo de los pájaros.
Una tierra de gentes hechas para el abrazo y la comunión de las espigas.
Una tierra para vivir, o tal vez para morir al sol que venera las sierras
y hace vibrar las olas en las playas donde las muchachas doran sus cuerpos
extendidos sobre la cálida arena regada por la espuma.
Una tierra de sol ardiente y de titanes, de hoces y de templos antiguos
donde realizar ofrendas frente al mar que le entrega sus dones.
Una tierra de luz y cal y piel desnuda. Un sudario o una mortaja.
El espejo en que se reflejan las aguas de una mansa bahía.

                                      José Antonio Sáez Fernández.




jueves, 16 de abril de 2015

LLUVIA DE ABRIL.






Vendrán días lluviosos y nos harán más tristes.
Esos días nublados en que el cielo derrama
sus lágrimas copiosas esparciendo el acero
y el plomo de las balas que reabren mi herida.

Veo nubes que pasan y a las que el viento empuja,
bermejas surcan, lentas, bajo el arco celeste
y, con las amapolas, en medio del sembrado,
derraman en mi espíritu metrallas de hemorragia.

Quien se derrumba a veces en la mullida yerba
pide que le respondas, diluvio que te fraguas
oculto entre las frondas del laberinto urbano,
señor de los anillos sonoros en el yunque.

Vendrán días lluviosos y nos harán más viejos
y el corazón se irá lentamente encogiendo,
más caduco y ausente; y vendrán con los pájaros,
aún más cenicientos, a estallar girasoles.

Yo te estaré esperando para llorar contigo
esa lluvia de abril que juntos contemplamos,
aquel día nublado en que lloraba el cielo
mi corazón y el tuyo, empapados en lágrimas. 


                         José Antonio Sáez Fernández.


viernes, 10 de abril de 2015

GUÍA DE PERPLEJOS (y XV).







SURA SEPTUAGÉSIMO PRIMERA.

Si tú me amaras vendrías a mí y te arrojarías en mis brazos para susurrarme al oído: “Aquí tienes mi alma, pues sólo a ti te pertenece. Aquí tienes mis ojos y mi boca y mi pecho florido, por donde aletean las mariposas llegadas con el viento del sur desde los más recónditos lugares, para que reposes tu cabeza en él. Aquí tienes la planicie desnuda de mi vientre que ha de albergar el fruto de tu semilla y la mía; y los capiteles de mis muslos que coronan las altas columnas de mármol de mis piernas infinitas, para ir donde tú vayas. Aquí me tienes porque vivo en ti, por ti y para ti”. Entonces yo te estrecharía entre mis brazos y podrías sentir ese intenso temblor que me hace flaquear con sólo levantar la mirada y encontrarme de frente con la tuya, como quien sale al encuentro de aquél por quien durante tanto tiempo ha suspirado y regresa, al fin, de tierras tan alejadas.



SURA SEPTUAGÉSIMO SEGUNDA.

Ay del enamorado que no vive sino por el aliento de aquella por quien largamente suspira en las noches de luna. Si no te amara, no me dolerías como el diente que surge de la encía o como la uña rota que sangra en el dedo. Si no te amara, no me invadiría este temor a perderte o el desasosiego que enluta mi corazón si los ojos no aprecian tu presencia. Si me faltaras, el cielo se habría oscurecido y mi corazón bien podría ser la tumba del arco iris. Si tú me amaras tendrías piedad de mí y te compadecerías, y hasta vendrías a rozar con tus dulces labios las heridas de este pobre corazón enamorado.



SURA SEPTUAGÉSIMO TERCERA.


Este corazón batiente, desgastado de tanto amar y de entregarse, que al igual que las olas viene a chocar una y otra vez contra las rocas y no desiste de su empeño... Este casi viejo corazón acorralado por el peso de sus latidos empieza a estar cansado de bombear la sangre a los órganos del cuerpo que la necesitan. Desiste, corazón, de tanto altar donde inmolarte, escudo de la luz, elevada atalaya en donde los últimos pájaros vienen a posarse, talismán del tiempo y contra el tiempo. Descansa bajo las ramas de las jacarandás que despliegan el azulado manto de sus flores sobre ti; alto y gentil roble, nudosa carrasca donde anidan los días felices y los más oscuros en este fatigoso devenir.



SURA SEPTUAGÉSIMO CUARTA.


¿Quién eres que así me invitas a ir dando pasos hacia ti? No veo tu rostro, pero tus manos me reclaman. No escucho tu voz en la mudez sombría. Si me llamaras por mi nombre adivinaría quién eres, enigmática figura que interpreto. Eres la luna que me envuelve y riela sobre las aguas de la playa en la noche iluminada del baptisterio. Eres, acaso, el sol de media noche, la estrella que tiembla entre mis manos como ascua ardiente. Eres la música que llama a la melancolía del corazón adormecido y eres el vals de la olas en calma que se pliegan y se despliegan como un sudario sobre el cuerpo del amortajado, el cual ha de disponerse de tal modo para su ser eterno.



SURA SEPTUAGÉSIMO QUINTA.


Caiga yo sobre ti como caen las hojas sobre la hierba en el otoño ausente. Sea yo peso liviano, siempre insignificante, y me recibas tú como si fuera lluvia de esos tus ojos, que resbala por mis mejillas tal se desliza el guijarro por la pendiente oblicua. Anúdate a mí, conmigo, y sea yo en ti como tú en mí y los dos en nosotros. Una yo a la tuya la clara conciencia de mi muerte y vengamos ambos a morir con esta vocación de eternidad que en comunión vivimos. Tiéndete sobre mí y envuélvase mi cuerpo mortal en el sudario de tu alma que me emplaza a este sueño de resurrección que nos convoca.

                                                                               José Antonio Sáez Fernández.





lunes, 6 de abril de 2015

GUÍA DE PERPLEJOS (XIV).






SURA SEXAGÉSIMO SEXTA.

Mirarán al que atravesaron. Alzado en el aire está para su escarnio y mío, expuesto a las miradas resentidas que odian la dicha de quienes aman y son correspondidos. Vedlo ahí, alzado en el madero, sin entender muy bien por qué ese ensañamiento con su cuerpo desnudo, exhibido para escarmiento de no se sabe quiénes. No hay ningún motivo ni causa alguna que justifique tamaña agresión, ni tampoco razón en que argumentar el ensañamiento con el pacífico. Mas, ay de aquel que gastó su crueldad con el cuerpo exhibido manifiestamente en desamparo y se envileció hasta rebajarse al nivel de las bestias enloquecidas!


 SURA SEXAGÉSIMO SÉPTIMA.

Tejió para mí una guirnalda con el color y el aroma de las flores en primavera. Vino hasta mí y la colocó alrededor del blanco cuello reclinado. ¡Y qué hermosa se veía, pues deslumbraba al sol y ante los ojos de quienes la admiraban! De ese modo, me tomó de las manos e iniciamos la danza. En sus brazos me conducía y yo me abandonaba y me dejaba hacer al ritmo de la música. Allí me percaté del zafiro de sus ojos marinos, de las turquesas que irradiaban luz, mientras me transportaba en ellos como en una barcaza en que remaban sus brazos vigorosos, tal los de un titán.


SURA SEXAGÉSIMO  OCTAVA.

Me he quedado solo frente a la tormenta y me he sorprendido a mí mismo luchando contra ella. En el fragor de la batalla, te llamé y acudiste; aunque yo no te viera; pues que sobreviví a su ímpetu devastador. Ella me envolvió en su vorágine y vine a dar sobre la arena de la playa, empujado por las olas. Ignoro con qué fin urdiste mi naufragio ni con qué otro fin mi salvamento. Sólo sé que deambulo por la arena y que las huellas de mis pies descalzos van quedando impresas sobre ella.


 SURA SEXAGÉSIMO NOVENA.

Si el hombre pudiera al menos vislumbrar para qué su vida, con qué sentido viene o qué objeto tiene su llegada a este mundo. Cuesta trabajo creer que todo sea por el azar, esa rueda de la fortuna que gira y gira sin detenerse hasta que te toca el turno y se repliega para enlazarse en el rescate de todos los que no existen y aguardan con impaciencia su oportunidad. Estaría en nuestra mano, entonces, conceder u otorgar la vida, cuando según parece, no somos sino meros intermediarios en la concesión de la misma.


SURA SEPTUAGÉSIMA.

Vendado, que me has vendido. Ay, corazón, cómo me has entregado a la afilada lengua y al gentío. Yo he salido a las calles a buscarte, a pesar del escándalo de las gentes que murmuran y he arrastrado mi nombre por honor al tuyo. No he reparado en mi fama por el amor de mi alma y la pasión que me domina. Si tú me hubieras dejado curar las llagas de tus manos y yo hubiera besado las plantas de tus pies donde las clavos fueron… Si yo hubiera acudido al sepulcro y hubiera visto el rodar de la piedra que cubre su entrada, te estaría aclamando aunque peligrara, ciertamente, mi vida.


                                                                    José Antonio Sáez Fernández.



jueves, 2 de abril de 2015

GUÍA DE PERPLEJOS (XIII).





SURA SEXAGÉSIMO PRIMERA.

La negación de ti, el no tenerte, la  ausencia de presencia es el vacío a que se lanzan los desesperados. Tú miras al interior directamente y disparas tu saeta al centro de la diana, dejando el corazón de amor muy lastimado. Prefieres la desposesión a la abundancia, el recogimiento y el silencio al bullicio o a las miradas indiscretas. Tu distinción es ir al insignificante y desde él enalteces al invisible. Te lanzas a los caminos e invitas a tu mesa al errante de pies fatigados tras tu pista. Eres el que desconcierta y dejas el alma prendida al fuego de la pasión por ti.


SURA SEXAGÉSIMO SEGUNDA.

Escuchaba la enamorada el canto del ruiseñor que llegaba desde los árboles del jardín florido. Oculta el ave entre las frondosas ramas, sus quejas de amor unía a las propias y juntas elevaban una grata ofrenda de la primavera al Creador. El variado trino del ave se mezclaba con los lamentos de la joven que palidecía entre las rosas perfumadas de sublime olor. “Ay, avecilla desconsolada, que traes sosiego a mi corazón atormentado, aliviando su dolor: ¿acaso no imita tu canto la voz de aquel por quien suspiro y muero?


SURA SEXAGÉSIMO TERCERA.

Si yo te intuyera a lo lejos correría tras de ti como el caballo desbocado por la pasión de salir a tu encuentro. Si yo te avistara a lo lejos volaría a tus brazos con los míos abiertos hasta reposar mi cabeza sobre tu pecho perfumado. Y si cayera exhausta entre tus brazos, beberías de mis lágrimas con el pan de azúcar de tus dulces labios dulcísimos. Harías correr la brisa entre los abedules y allí acamparíamos para escuchar el canto del ruiseñor que te es tan grato. Allí descansaría a buen recaudo y tú velarías mi sueño, amoroso vigía.


SURA SEXAGÉSIMO CUARTA.

Me adelanté hasta la presencia del amado para expresarte mis quejas de amor dolorido y él me preguntó si había intentado alguna vez aliviar en algo el dolor del mundo, si había vendado alguna herida o si, con mis palabras, había iluminado algún rostro apenado, alguna mente ofuscada u oscurecida, consolado a un moribundo, proporcionando paz a un corazón atormentado… Mientras, yo callaba y quedé sumido en la perplejidad. Entonces irrumpió de nuevo y, cabizbajo yo, elevó mi cabeza con su blanca mano y, mirándome tristemente a los ojos, me emplazó a cargar sobre mi espalda una pizca de ese inmenso dolor, a albergar en mis entrañas algo de ese lacerante dolor que hace de este mundo nuestro una abierta llaga que supura por la bronca respiración de los agonizantes.


SURA SEXAGÉSIMO QUINTA.

Me cerrarás los ojos. Correrás la cortina dormida de mis párpados. Tu rostro será el último que vislumbre a lo lejos. Navegará mi corazón por las plácidas aguas saladas de tus lágrimas, oh dicha aún más fuerte que este desasosiego que abrasa mis entrañas: ¿no he de llorarte ahora que enturbias mi mirada y aumenta mi congoja con la ausencia de mi amado? Mas no he de irme ya con las manos vacías, pues sellaste mis labios con tu amor que era el mío.


                                                                                 José Antonio Sáez Fernández.