domingo, 15 de marzo de 2015

GUÍA DE PERPLEJOS (VIII).





SURA TRIGÉSIMO SEXTA.

Tú eliges el lugar recóndito y apartado para mostrarte a mí. Allí reposa mi cabeza sobre tu pecho perfumado con el aroma de las flores que te son tan gratas. Allí tus dedos se distraen entrelazando los rizos de mis cabellos y tus manos se posan levemente sobre las mías como ligeros pájaros de oro, guardianes del sol que se entrega en tus ojos. Allí ondean al viento como cintas bordadas con palabras de amor secreto por hermosas muchachas que suspiran y son avistadas por jinetes, los cuales han de enlazar sus cintas en el torneo. Allí tus ojos se posaron en los míos y se iluminaron nuestros rostros como en el origen del día primero. Allí entramos en conocimiento y fuimos uno.


SURA TRIGÉSIMO SÉPTIMA.

De tus labios bebí y me diste a probar el agua de tu boca para saciar mi sed. A tu fuente me inclino para beber de ti. Generoso el nacimiento del agua que corriendo se aleja. No encontré después ninguna que pudiera equipararse a ella. Herido por tu ausencia, he querido seguirte. No me faltes  ahora, porque gusté de ti y no siento otra sed que en ti no sacie. Ninguna otra alivia mi sofoco.


SURA TRIGÉSIMO OCTAVA.

De tus labios las uvas tomo y de tu boca el vino, mientras tus manos cortan de las vides los racimos. Bebí y gusté de la fruta madura y era muy dulce al paladar. Nadie como tú prensa las uvas y extrae de las granadas los rojos granos que, exprimidos, dan licor tan sabroso. Nada como tus manos diestras recolectando en la faena. Nadie con tu cuerpo ligero en medio de las vides, llenando los capazos de racimos oscuros. Nadie como tú entre los braceros portando a hombros los capazos. Ni nadie tan observado entre las risas procaces de las muchachas.


SURA TRIGÉSIMO NOVENA.

Cuando despunta la aurora rosicler sobre el cielo estrellado, abandona el lecho y se dirige a sus quehaceres. Así el Amado en la faena. Al caer de la tarde, cuando regresa, me estrecha entre sus brazos y me eleva en el aire como a una paloma ligera en el ancho e inasible espacio. Es un coloso y yo soy mullido algodón moldeable entre sus dedos.


SURA CUADRAGÉSIMA.

Largas las horas de la espera. Eternos los instantes de tu ausencia en que me siento morir. Básteme tu presencia y tu aliento para respirar. Sosténganme tus brazos, pues se aturde mi mente y se doblan mis rodillas en tu presencia. En cuestiones de amor, el intelecto se oscurece y sólo el corazón entiende sus razones. Ven, amigo, y no tardes. Nadie sabe del sitio convenido y a nadie revelo mi secreto. Sólo tú conoces mi quebranto y sólo tú procuras mi consuelo.


                                                                                   José Antonio Sáez Fernández.


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