lunes, 2 de marzo de 2015

GUÍA DE PERPLEJOS (V).



SURA VIGÉSIMO PRIMERA.

Como se pone el sol sobre las cimas de los montes en llegando el ocaso, no se pondrá mi amor por ti en el eclipse de mis días; pues he de hurtarlo a la muerte y arrastrarlo conmigo a su guarida. Muerto yo, viva él; como vives tú en mi alma que tu amor atesora. Sorda y ciega la muerte, inútil tejedora, pretenciosa y frustrada.


SURA VIGÉSIMO SEGUNDA.

¿Dónde anduviste anoche que fui tras tu aliento y me perdía? No te encontré en mí y aguardé hasta que regresaras. Mas el vacío que dejaste en mi alma no puede llenarse con nada que no seas tú, gran ojo que me miras desde la alta frente, mansión que no llegué a habitar. No te mostraste a mí y has de saber que sé esperar a que declines tu amor sobre mi desamparo. Ya no sé, ni entiendo, ni espero en otra cosa.


SURA VIGÉSIMO TERCERA.

Si yo fuera como una nuez, o mejor, si yo fuera como una almendra me mostraría al mundo exterior con una dura cáscara que pudiera servir a un hombre para calentarse; sin embargo, encerraría en mi interior el gran tesoro del fruto que le sirve de sustento sin referir las propiedades y beneficios que aporta a su salud. Sé tú como la almendra, cuya cáscara encierra en su interior tan preciado grano. Para adentrarte en la sabiduría de lo revelado, habrás de ir despojando a la cebolla de las sucesivas capas que envuelven su corazón.


SURA VIGÉSIMO CUARTA.

Este temblor que me hace parecer tan débil ante los ojos escrutadores e implacables de quienes no perdonan el verbo revelado que los delata… El idioma de los hombres no fue concebida para transmitir la experiencia del goce en el amado, ni este cuerpo para soportarla. ¿Cómo podría cumplir mi encargo, si no me tengo en pie? Ya ves que la lengua se me traba, que tartamudeo y apenas puedo balbucir la luz de tus palabras.  Si me sostuvieras, alzaría mi voz apagada por entre los enhiestos falos de las pitas que embisten al cielo, clavados en el aire diáfano en que te mueves formando remolinos de amor.


SURA VIGÉSIMO QUINTA.

Dime qué quieres de mí, para qué podría servirte yo, si soy como la caña que quiebra el viento y mi elocuencia no posee el don de convencer a nadie. En mi perplejidad no cejo de buscar respuestas a aquello que no entiendo; y es que se me hacen difícilmente comprensibles tus designios. Desciende sobre mí, ave del más dulce y melodioso trinar, y abanica mi frente con el roce de tus alas diminutas. Insúflame tu aliento y sepa yo que tu fuerza me sostiene.




                                                                        José Antonio Sáez Fernández.

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