jueves, 19 de marzo de 2015

GUÍA DE PERPLEJOS (IX).





SURA CUADRAGÉSIMO PRIMERA.

La música que escucho viene a mí desde los latidos de tu corazón. No hay más grata armonía que la de tu silencio. Gustas de mostrarte en secreto y recogido, a resguardo de los ojos ajenos. Oigo tus pasos cuando te acercas a mí, aunque indelebles son tus huellas. Sólo quien tiene oídos para no escuchar es capaz de saberte próximo. Y eres como el neblí que, abierto en el aire, otea la presa y la hace suya.


SURA CUADRAGÉSIMO SEGUNDA.

Con tan menguadas potencias y facultades no es posible al cuerpo hacerse a tu presencia. Se hace feble la carne si se atiene al espíritu. Sobreviene el desmayo cuando me entrego a ti. Tú eres la roca y eres también la ola que se bate con ella. Arena yo en tus manos, y aún mínima. En mi alma dejaste la huella de tus pies descalzos, la señal de los clavos, tus dedos bienamados. Una alondra o un jilguero sería yo para ti, cantando noche y día la bondad del amor que prodigas.


SURA CUADRAGÉSIMO TERCERA.

Ángel de mi agonía… Desiste de tu intento, pues has de saber que no resistiré. Si atraviesas con tan ardiente dardo el corazón y las entrañas de quien apenas puede sostenerse erguido en tu presencia, sabe que expiraré. Procede así, que voy de vuelo hacia su encuentro, o llévame en volandas como el soberbio pájaro de oro que vela la entrada secreta hacia el Amado.


SURA CUADRAGÉSIMO CUARTA.

Dime que eres el Sol que no se oculta. Dime que eres el espacio y la red en que me haces caer, ay cazador de dolientes lamentos. Dime que rozaste el pico de las aves con tus labios de acero. Dime que entiendes la lengua de los pájaros y que compartes con ellos tu secreto. Dime que te arropas entre sus alas diminutas y que dispones tus alcándaras para que vengan a posarse en ellas las aves de cetrería. Anda, dímelo, halcón que en majestad oteas por el cielo traslúcido. Muéstrate a mí. Te lo suplico.


SURA CUADRAGÉSIMO QUINTA.

Afina el instrumento, músico estelar de unívoca orquesta. Haz sonar el arpa enamorada con las plumas del ala de un arcángel custodio. Lleguen a mis oídos sus notas delirantes y canten a una los niños del coro celestial que amenizan el firmamento con su voz heredada. Ah, tú, clave de sol, pentagrama en que se inspiran los pájaros cantores hasta morir exhaustos por mi gozo y tu dicha, compás de los silencios que atesora el alma enamorada.



                                                                  José Antonio Sáez Fernández.


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