sábado, 24 de mayo de 2014

OBJETOS DE RENUNCIA.







Ven a mí, sueño de eternidad, divinidad que gustas de los sacrificios sobre el pedestal del ara en que a diario se inmolan los mortales. Gratos te son los olores y los metales preciosos, así como el discurrir de los líquidos y sus cauces sobre la piedra labrada por el cantero. Nosotros, aquéllos cuya lucidez emana de la experiencia del dolor, sísifos condenados a remontar la ladera de la empinada montaña con tan onerosa carga con que nos condenaste a repetir nuestros errores y a aprender de ellos, venimos hasta ti liberados de cualquier asomo de apariencia. Quizás no nacimos para la tristeza y sin embargo ella nos acompaña como a seres inconsolables. Dispusiste que en la ignorancia radicaría nuestra única posibilidad de ser felices y ahora gemimos porque vemos. Engendrados en el dolor de quienes nos parieron entre alaridos y titánicos esfuerzos, somos hechura de tus manos, greda amasada con destreza y perfilada por tus dedos alfareros. Vivan los mortales en la ignorancia de que lo son, semejando a las demás criaturas, y su vida será luminosa, como sus pupilas, la risa confiada de los niños o el brillo frutal de las muchachas. Vivan como las aves que me alegran el día y remóntanse en el cielo altivo bajo el que se cobijan, pues son tan frágiles como el polvo de que están hechos. Alégrenme la vista con sus vivos colores y la ligereza del plumón que se posa en el aire, tan leve es su esencia. Dancen para mí las bailarinas que ondulan sus tejidos transparentes en la danza para agradar a su señor, insinuando sus formas bajo ellos con semejante gracia.Vean sólo quienes reniegan de la posibilidad de ser felices. Abra yo sus mentes al desvarío y a la locura, pues la lucidez bien pudiera estar reñida con el deseo de perpetuarse. Giman y lloren y escandicen los lúcidos de entre los mortales, deriven hacia el alcohol su delirio de luz y caigan luego en soledad irremediable. Sean semejantes a mí en el desvarío de sus mentes y conciban y creen como yo, compongan y tañan sus instrumentos para quien mueve los hilos que los sostienen. Conciban sus mentes como fueron concebidos ellos en los vientres que los albergaron. Giren al unísono como el feto en el útero materno, unidos a mí por ese raro cordón umbilical que los mantiene erguidos, pues navegando regresan en una suerte de líquido amniótico: seres estelares, cosmogónicos astronautas vagando por el cielo infinito.


                                                                            José Antonio Sáez Fernández.

miércoles, 14 de mayo de 2014

ALMERÍA Y SU PATRIMONIO: UNA PUESTA EN VALOR.



"Porque te amamos, tierra/ de los eriales reunidos,/ hicimos de tu dolor, el nuestro,/ un cántico de agaves florecidas". Así escribía un entonces joven almeriense, de la provincia por más señas, en un libro que publicara allá por el año 1986 y del cual salieron a la luz dos ediciones: una en Almería y otra en Málaga, de 1988. El libro se llamaba "La visión de arena". Y es que a esta tierra, o se ha venido a quererla y a servirla, o se ha venido a expoliarla y a darle el golpe de gracia sirviéndose de ella. Así parece haber venido sucediendo con demasiada frecuencia a lo largo de la historia, una historia que, por cierto, fue gloriosa en el devenir de los siglos y que cayó en desgracia a partir de la conquista cristiana de Almería, allá por el siglo XV. Sólo en el siglo XIX, con el resurgir de la minería, parece que empezamos a remontar un desbarajuste histórico que se prolongó a lo largo de cuatro siglos de silencio. Demasiado silencio para nadie.
   Almería es una tierra frágil y todo lo frágil es hermoso. Dicho de otra manera, si así se quiere, la hermosura es siempre frágil. Y qué hermosa es esta tierra de los eriales reunidos que levanta campos de plástico bajo los cuales se esconde el vergel de todos los desiertos. Y cuando escribo esto, no sólo tengo en mente aquellos lugares que en las últimas décadas el reclamo turístico ha puesto de relieve (léase, por ejemplo, el Cabo de Gata, sus playas, pueblos y paisajes), sino también la riqueza interior de una provincia, cuyos municipios y contrastes están por descubrir y permanecen en un estado latente de milagrosa virginidad. Pero para ello hay que poner en valor toda esa riqueza a que aludo. Saber poner en valor todo ese legado secular exige lucidez y buenos gestores que sepan, quieran y puedan llevar la nave a buen puerto.
   Del inmenso patrimonio histórico-artístico que posee esta tierra, sólo hemos empezado a poner en valor una milésima parte. Todo está por hacer y me pregunto si  no estamos perdiendo una oportunidad de oro. Paradógicamente, discúlpeseme el que así lo diga, la culpa de ello radica, en buena medida, en la falta de exigencia de los propios almerienses, en su falta de concienciación, en su apatía, en su pasividad y en el desconocimiento, por no decir ignorancia, de lo que poseemos. No se puede amar, valorar y defender lo que no se conoce. Buena parte del futuro económico de la provincia de Almería está en concienciar a todos los almerienses para que conozcan, aprecien y valoren su patrimonio histórico-artístico y así ponerlo en valor, ofrecerlo al mundo como uno de los valores principales de su riqueza a través del legado que nos dejaron los pueblos que fueron pasando por esta tierra; ya fuesen iberos, fenicios, griegos, romanos, visigodos, árabes o repobladores venidos de otros lugares del solar hispano. Todo un patrimonio arqueológico, escultórico, pictórico, musical, arquitectónico digno de la más alta consideración, toda una herencia cultural que bien podría ser la envidia de otras provincias. Poner en valor, decidida y definitivamente, ese patrimonio cultural resulta decisivo para nuestro futuro. Yo así lo creo y así lo digo. Para que conste a quien así quiera considerarlo y a quien estimare como acordadas estas reflexiones.


                                                                                               José Antonio Sáez Fernández.



domingo, 11 de mayo de 2014

BUQUES A LA DERIVA.





Todo sucedió demasiado rápido. Aquel día el cielo se volvió de un plúmbeo aterrador. Había anochecido en pleno día y los presagios no auguraban nada bueno. Se avecinaba una tormenta y los pájaros habían acudido en masa a guarecerse bajo las ramas de los árboles, en las cornisas de los edificios y bajo los aleros de los tejados. Pequeñas gotas caían en el inicio y a poco se fueron haciendo más y más gruesas, más y más rápidas, más y más intensas. Los rayos cruzaban el firmamento de uno a otro lado y el estruendo del trueno ensordecía. Las ancianas se encomendaban a santa Bárbara y hacían la señal de la cruz sobre la frente, sobre la cara y sobre el pecho, viniendo a besar los dedos con los que habían trazado el signo y el símbolo de su fe. Cuando el agua comenzó a subir y se colaba ya por debajo de las puertas se puso en pie de guerra contra el sitio a que había sido sometida la casa y con telas y otros enseres acudía con prisa a empapar y recoger el líquido terroso que se colaba por rendijas y holguras.
- ¡El sótano! -pensó entonces-. Allí tenía buena parte de las cosas que amaba: sus libros guardados en cajas ordenadas en los estantes, aquellos que ya no podía colocar en la casa por falta de espacio. Nunca pensó que el agua pudiera subir tanto hasta alcanzar las cajas de los libros y decidió dar una guerra sin cuartel a la invasora. En un principio subía las cajas colocadas en las bandejas inferiores de las estanterías, las que pegaban al suelo, y las ubicaba en los huecos superiores de las mismas, incluso unas sobre otras. Pero el agua seguía subiendo. Llenaba los cubos de aquel agua turbia y los arrojaba al exterior de la vivienda con persistencia y ahínco, pero el agua seguía subiendo y ya comenzaba a llegar a los estantes donde había colocado sus amados libros. Algunos podían verse ahora empapados por la humedad penetrante. A poco otros navegaban a la deriva como barcos sin rumbo por la superficie y, entendiendo que debía salir de allí, una vez comprobado que con sus solas fuerzas no podría ganar la batalla al agua invasora, decidió abandonar por el momento la lucha y esperar a que la tormenta amainase, sintiéndose derrotado por ella.
Cuando cesó la lluvia y el arco iris cernía su bella gama de colores sobre un cielo aliviado de su carga, miró al exterior de la casa y pudo comprobar que la tormenta había causado grandes quebrantos en el arbolado y en las plantas. Pero su mente estaba en el sótano donde habían quedado sus amados libros, aquellos en los que había aprendido a descubrir la belleza y la maldad del mundo. Entonces acudió a unos vecinos para que le prestaran una bomba con la que poder sacar toda el agua que había entrado en el sótano, la cual, una vez instalada comenzó a vomitar al exterior aquella mezcla de barro y desechos vegetales, pero hubieron de pasar varias horas hasta que pudo bajar al sótano. La visión fue desoladora. No se había salvado nada. Los libros, sus libros, habían quedado heridos de muerte, irrecuperables. Allí Virgilio y Horario y Séneca y Dante y Cervantes y Quevedo y Galdós y García Márquez... yacían desangrándose en el lodazal. Entonces comprendió que algo muy importante de su ser había muerto ese día entre aquellos libros cuyo cadáver acunaba en sus manos, con una gran congoja en el corazón. Al menos, como don Quijote, había luchado contra los molinos y había sido vapuleado por sus aspas.


                                                                                            José Antonio Sáez Fernández.



miércoles, 7 de mayo de 2014

CANTO DEL DEJADO.



Cierra los ojos. Deja la mente en blanco. Hazte al silencio. Vacíate de ti mismo y de todo cuanto te rodea. Quien está lleno de sí no deja espacio para enriquecer su interior con lo que está por venir. Previo a todo es el proceso de vaciamiento. Es como un vómito. Debes expulsar cuanto te sobra, pues andas muy abundante de ti mismo. No ver, no oír, no gustar, no palpar, no oler... Cerrado ahora, en claustro materno. Abandónate. Déjate. Caes a un vacío que no tiene límites. Eres el dejado de sí. El entregado. El que sigue su curso sin impedimento alguno. Sólo caer, como un continuum. Con qué ingenuidad, con qué humildad y con qué confianza, con qué inocencia y con qué seguridad te abandonas, porque sabes que ha de ocurrir y ocurrirá. Algo, alguien viene hacia ti como tú vas en un camino de ida que no termina. Eres barro, arcilla moldeable en las manos sin rostro del alfarero. Algo te roza, al fin, y no dejas de caer. Eso ya quedó atrás y prosigues en tu caída sin buscar nada, sin hallar nada. Es la quietud. Es el vacío. Es la nada. Déjate cortejar. Eres territorio abandonado al invasor y dispuesto para la conquista. Y eres la semilla dispuesta a germinar. Sólo has de caer a tierra y dejarte pudrir para volver a germinar. Eres la nada y vagas en el vacío que es la nada. No te pesa el cuerpo y ni siquiera lo sientes. Todo tú eres tu mente. Eres como el que vaga por el espacio y es ajeno a todo. El enajenado, el desposeído, el que no tiene reino ni tampoco patria. El que navega a la deriva.
   Has entrado en el túnel e intuyes la luz al fondo, pero vagas en la oscuridad. La oscuridad está hecha de silencio, de vacío, de nada. Eres leve como la pluma del pájaro. ¿Y qué del vacío? El vacío es la caída, el vértigo de la caída, la vertical de los párpados cerrados en horizontal. Nada hay más relajado que la materia en su caída, en la desconexión del vacío en que te adentras. Todo tu ser se dispone al letargo y desconoces hacia dónde te diriges. Eres el ensimismado y el que iverna. Los latidos del corazón son inaudibles. Como la piedra lanzada, avanzas en el aire y ruedas en la más alta esfera nocturna y perfumada. Eres el feto que gira en el útero materno trazando circunferencias. Tu cordón umbilical te protege del extravío externo. Y has sido alumbrado en un parto de esfuerzos sobrenaturales que han de llevarte hacia ti mismo. Ya eres tú y formas parte de la luz, de la armonía que adorna el universo. Eres el universo, oh dejado de ti, desposeído.


                                                                                         José Antonio Sáez Fernández.

sábado, 3 de mayo de 2014

FÁBULA DE UN HOMBRE A QUIEN NO LE FUE OTORGADO DEMASIADO TALENTO.





En aquel tiempo avisté entre el gentío el corpúsculo de un ser casi humano, el cual no se atrevía a elevar su rostro hacia el cielo y ni siquiera a encararse con los hombres. Caminaba entre ellos como haciendo bulto, sin que nada ni nadie reparase en él, arrastrado por la marea humana, si no por la vorágine de los que caminaban apresuradamente, no se sabía bien hacia dónde. Mas he aquí que, cuando anocheció y todos se hubieron ido, aquel cuerpo pareció erguirse desde la insignificancia de su deformidad y, abriendo entonces sus entornados ojos hacia el cielo, exclamó:
- Os doy gracias, oh dioses soberbios que me miráis sin compasión desde lo alto, pues me hicisteis mortal y no me dotasteis del talento y la lucidez que poseéis. Al crearme así, dispusisteis que al menos pudiera entender y aceptar, con resignada humildad, mi limitación, la cual no compartís. Lo vuestro es la desmedida. Míos, los límites. Pues nací de la carne y ésta es tan caduca como los días mismos con que pueden contar los hombres en su pasar por este mundo. Efímeros son los perfumes del incienso y la mirra, si no se renuevan o se remueven en el vaso donde acudo a quemar mis ofrendas. Grato es su olor para vosotros. Breve es la dicha del hombre sobre la tierra y larga es la noche, larga y desoladora, donde vengo a gemir mi desconsuelo.
Se escuchó entonces un gran estruendo y la voz de algún dios poco paciente se dispuso a contestar, airada, a quien se atrevía a mirar hacia lo alto:
- Con razón dices, ser, cuanto tus palabras manifiestan. Mas has de saber que, si acaso no te fue concedido demasiado talento, no fuera por temor a que pudieses hacer sombra  u oscurecieses el de quienes quisieron ser pródigos contigo. A estas alturas, bien pudieras haber entendido algo. A cambio de no poseer la lucidez y el talento de los dioses, su poder creador, pudiste ser feliz en el tiempo que te fue concedido. A mayor lucidez, a mayor talento, mayor habría de ser tu desmesura y el desequilibrio, la incomprensión y el desprecio de tus semejantes. La lucidez y el talento no habrían de conducirte sino a la soledad y a la desventura. Mira si no han sido objeto perenne de la envidia...
Cuando cesó la voz, vino el relámpago y aquel ser osó de nuevo a tomar la palabra antes de caer a tierra, fulminado, y con temblor en la voz y en las manos, dijo así:
-Mas habéis de saber, oh dioses, que tampoco privado de lucidez y de talento, cegado por vuestra ira, me hicisteis ser feliz; pues viví con el anhelo perpetuo de equipararme a vosotros. Y esa habría de ser la desmesura que pago ahora.

                                                                                         José Antonio Sáez Fernández.